Saluda


Bienvenido al Blogger de la Cofradía de Nazarenos y Hermandad Penitencial de San Juan Evangelista, Santísimo Cristo de la Clemencia y Nuestra Señora de la Misericordia de La Carolina (Jaén).
Queremos, a través de esta página, mostraros todo lo referente a esta Hermandad: noticias, actos, vivencias; en definitiva, informaros de todo lo que se lleva a cabo en la misma a lo largo del año.
Queremos que conozcáis, a través de estos nuevos métodos de información, el sentimiento cristiano y católico que nos acoge, la labor con la sociedad, el compromiso con la fe y la humildad que debe de reinar en nuestros corazones, y cómo no, haceros partícipes de todos los proyectos y retos de esta Hermandad que comenzó su andadura hace más de 100 años en La Carolina.
Por todo ello, disfruta de esta página.

La Hermandad

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Texto del II Pregón de Navidad de D. Antonio Panadero

Este es el texto con el que el pasado 21 de diciembre de 2013 D. Antonio Panadero Fernández nos deleitó y nos anunció el nacimiento del Hijo de Dios en el II Pregón de Navidad que la Hermandad de San Juan Evangelista organiza.
Enhorabuena Antonio por este magnifico Pregón.

Pregón de Navidad 2013
D. Antonio Panadero Fernández



DEDICATORIA
 
A MIS PADRES,
POR EL DON PRECIOSO DE LA FE, QUE PIDIERON A LA IGLESIA PARA MÍ, EL MISMO DÍA DE MI NACIMIENTO, EN EL QUE RECIBÍ EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO, NACIENDO TAMBIÉN A LA VIDA ETERNA Y ENTRANDO A FORMAR PARTE DE LA FAMILIA DE DIOS.

A MI MUJER Y A MI HIJO,
QUE SON EL SENTIDO DE MI EXISTENCIA Y LA ALEGRÍA DE MI CORAZÓN.

 
 
Con tu venia Señora,
vengo Madre Inmaculada,
Con el bien de pregonar,
Lo que los ángeles anunciaran.
 
Con la venia de mi Dios,
Cristo vivo en el Sagrario,
Traigo un mensaje de paz
Para el hombre en desagravio.
 
Pastores en aquella región, velaban vigilando por las noches sus rebaños. Entonces, un ángel del Señor se presentó ante ellos y la gloria de Dios los rodeó de resplandor.
 
Sobresaltados con gran temor el ángel los tranquilizó diciendo:
 
“No temáis, porque os doy una Buena Nueva,
que será de gran gozo para todo el pueblo:
Hoy, en Belén, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador,
que es Cristo, el Señor.
 
 Y esto os servirá de señal:
Hallaréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
 
Y aconteció que, cuando los ángeles se fueron, los pastores se decían unos a otros:
 
“Vayamos ahora mismo hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido y que el Señor, nos ha dado a conocer”.
 
Fueron de prisa, y hallaron a José, a María y al niño acostado en el pesebre. Al verle, dieron a conocer, lo que les había sido dicho acerca de este niño y volvieron, glorificando y alabando a Dios, por todo lo que habían visto y oído. Todos los que oyeron se maravillaron de lo que los pastores les dijeron; pero María, María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
 
Hoy, mas de 2000 años después, ese anuncio a los pastores que San Lucas nos narra, vuelve a repetirse. Mas de 2000 años después, los pastores siguen llevando sus vidas a pastar, al raso de este humilde cielo carolinense. Nuevamente, se nos anuncia la llegada del Salvador.
 
En una sociedad que intenta eclipsar el nacimiento de Cristo, adornando esta festividad de consumismo y “nuevas tradiciones”, ante una vida que se vuelve egoísta, derrochando los caudales en cosas insignificantes. Pues aquí, entre nosotros, Dios esta buscando posada.
 
Vengo uniendo mi voz, a la voz de los profetas, que durante siglos preparaba al pueblo de Israel, para la llegada del Mesías. Mi voz, viene a unirse a los coros de los ángeles y vengo a traeros la Buena Nueva de la Natividad. Hoy, vengo para pregonarte, carolinense, que la gran señal esperada, ya ha llegado, que Dios, viene a nacer entre nosotros.
 
“ Mirad que la Virgen esta encinta, y dará a luz a un niño,
al que pondrá por nombre Enmanuel”
 
Los profetas, ya advertían que “tú, Belén de Judá, de ningún modo eres las menor de las ciudades”. Pues de la misma manera, me asomo yo a este atril del adviento, para anunciarte a tí, La Carolina, que de ningún modo tú eres la menor de las ciudades, que el olivo besa y el Carmelo abraza. Por muchas que sean tus desdichas, tus quebrantos y soledades, Dios pone en tí los ojos, para que de tí nazca un Gran Rey. María y José, ya deambulan por tus calles en busca de posada.

 
 
Rvd. D. Carmelo Lara Mercado, párroco de San Juan de la Cruz y Arcipreste de La Carolina, Excelentísimo Señor Alcalde y demás miembros de la Corporación Municipal, Sra. Presidenta de la Agrupación de Cofradías, Hermano Mayor de la Cofradía de San Juan Evangelista, miembros de las Juntas de Gobierno de las diferentes Cofradías y Hermandades de La Carolina, queridos cofrades, familia, amigos todos.
 
Antes de comenzar, debo mostrar mi agradecimiento más sincero a la Cofradía de San Juan Evangelista y a su Junta, que tan acertadamente la presiden. A aquellos, que en un alarde de generosidad, y de cierto amor por el riesgo, han tenido a bien en invitarme a exaltar la Navidad, a pregonar la Navidad, como forma sincera, sin duda, de exaltar, de echar hacia afuera, o sencillamente, de ventilar los sentimientos, muchas veces indescriptibles, que en mi alma produce la vida en esta ciudad nuestra carmelitana.
 
Y como dicen que sólo con amor, al amor se paga. Yo intentaré pagaros con mi amor, este amor que me habéis dado, nombrándome pregonero de la Navidad.
 
Igualmente agradezco a mi maestro, a mi compañero, a mi buen amigo Fernando, sus emotivas y gratas palabras de presentación. No obstante, si la gran amistad que nos une, le hubiera hecho sobrevalorar mis capacidades, les ruego que se lo disculpen, pues habrá sido solo producto de su afecto y buena voluntad, que bien sabe que es un sentimiento recíproco.
 
Sin embargo, la sinceridad, me obliga a decir, que muchas dudas se me presentaron en los cinco minutos que trascurrieron, desde vuestra propuesta y mi respuesta. Muchas dudas para aceptarlo, debido, principalmente, al poco tiempo que me han concedido para prepararlo. Aunque no debo más que mostrar mi agradecimiento, pues esto ha supuesto una nueva experiencia, que en mi vida personal, solo hace enriquecer.
 
Pero heme aquí, comprometido con ustedes, para ser yo el que haga con mis palabras, lo que vosotros hacéis con vuestro testimonio y con vuestra dedicación, a representar el misterio de Belén.
 
En consecuencia, espero no defraudar, ni la confianza depositada en mí por los primeros, ni las expectativas que haya podido generar en ustedes el segundo, ya que el ponerme a hablarles aquí esta noche, supone para mi un gesto de mucha responsabilidad. Pues para mí,  un pregón no es una charla o una conferencia, sino que debe llevar un trasfondo de fe, de base catequética, un mensaje concienzudamente pensado para el corazón de cada uno de los que nos reunimos aquí esta noche, y como no, un sentimiento social que enlace con el hombre de hoy en día.
 
El Pregón, pertenece al género literario de la Oratoria, como evidencia su primer testimonio, manifestado por el profeta Isaías, que en el capítulo 62, versículo 11 dice: “He aquí que el Señor ha mandado echar este pregón hasta las extremidades del mundo”. Ya, San Pablo en su 1ª carta a los corintios (1,23), se llama así mismo pregonero. Vemos, pues, que el concepto de pregón y pregonero está plasmado en la propia Biblia.
 
Deducimos pues, que el manifiesto festivo de la Navidad, el pregón navideño, rito heredado de la antigua liturgia romana, tiene su importancia a la hora de dar expresividad a la celebración de esta fiesta.
 
En cualquier caso, los fallos y deficiencias que pudieran darse en la exposición, solo deben imputarse a las limitaciones del que ahora les habla, cuya tarea no es fácil, a la vista del magnífico y aleccionador pregón con el que, D. Carmelo, nos obsequió el pasado año.
 
Comprenderán ustedes, amigos míos, que compartir la exaltación navideña con vosotros, es un alto honor y mayor orgullo, sobre todo, por compartir reflexiones y sentimientos sobre la Navidad, las Pascuas, un tiempo del año que es, a la vez, íntimo y exultante; piadoso y festivo; reflexivo y generoso; espiritual y mundano, en definitiva. Un tiempo del año en el que, por esas mismas características y actitudes, nos permite, nos obliga a ser lo que somos, más humanos, más partícipes de una sola familia, la familia de la humanidad entera.
 
La Navidad se celebra en estrecha relación con el Misterio Pascual como el comienzo del triunfo de Cristo sobre el mal. La Navidad será entonces un festejo anticipado de la Pascua del Señor, ya que sin su encarnación, no hubiera sido posible ni la entrega, ni la redención, ni la cruz.
 
La Navidad nos viene anunciada, sobre todo, por el sonido. Fue primero la voz del ángel que la anunciaba a los pastores. Fue luego el batir de la zambomba, el golpear de la pandereta y el canto de los zagales caminito del portal.
 
Hoy la Navidad se nos anuncia con la música de los villancicos y el tañido de las campanas. Difícil mantenerse sordo ante esa multiplicada y sonora llamada, al amor que nos viene cada año. Pero también es cierto aquello que dice el refrán:  

“¡no hay peor sordo, que el que no quiere oír!”.

La Navidad es MUJER. ¡Sí mujer!. Que fue mujer la que a Dios hizo bajar de su alto cielo a nuestro barrizal. Que fue mujer, la tierra en la que Él se sembró. Que fue mujer, el seno que la cobijó. Y a quien primero oyó hablar y cantar, mujer fue. Sí, mujer. El poder de todo un Dios, pendiente de la voz trémula de una mujer. Las promesas del pasado, las posibilidades del futuro, todo, a expensas de una mujer.
 
Nadie, pues, mejor que tú, mujer: hija, madre, hermana, esposa, para comprender lo que celebramos en Navidad, para comprender y transmitir el Misterio de la Navidad. Nadie entiende como tú, mujer, los dolores de parto, la nueva vida que se abre paso, la esperanza y el llanto. Nadie comprende mejor que tú, mujer, el milagro de la vida. Por eso, generación tras generación, han sido las mujeres las que nos han cantado y contado la Navidad. Sólo ellas siguen llorando, cuando ven a María en aquel establo. Sólo ellas tiemblan de alegría, ante tanto amor, … que provoca espanto.
 
Todos tenemos nuestro canto íntimo de la Navidad. Ese, que nos emociona en silencio cuando afloran los sentimientos, cuando se reviven en el corazón los recuerdos de los que nos precedieron, y cuando ensanchan nuestra alma, la ilusión y la esperanza de volver a revivir las mismas emociones, y el mismo estremecimiento con los que, a lo largo de nuestra vida, las nuevas familias que se forman, los hijos que nacen y los nuevos amigos, llegan ampliando casi hasta la eternidad del recuerdo, nuestra cadena de emociones, de cariño y de humanidad.
 
Es fundamental el papel que los cristianos debemos desempeñar, ante el asalto de los nuevos tiempos, que intentan, apoyados fundamentalmente en el comercio y en la vistosidad de sus símbolos, homogeneizar, igualar las costumbres navideñas, convirtiéndolas en globales y elevándolas por encima del propio hecho cristiano, para convertirlas, en una especie de denominador común, no de la noche más larga, sino de la Navidad precisamente, tanto desde la fe como desde la incredulidad.
 
No saben, sin embargo, que Dios, hecho hombre, vino a manifestarse en el más preciso de los múltiples símbolos del tiempo. En el día del año, en el que se sale de la noche más larga, el solsticio, siendo la noche precisamente, la alegoría más rotunda y el significado más trascendente de la noche de los tiempos, de los tiempos remotos e imprecisos, en los que el ser humano vagó, perdido y desorientado, sin saber siquiera quién era, ni adónde iba o a qué debía su propia existencia.
 
Es, por tanto, digno del mayor elogio que, un grupo de carolinenses, dediquen tantos esfuerzos para realzar los símbolos, el significado y los modos de hacer presente, en nuestros días, el hecho del Nacimiento de Jesús de Nazaret, de Jesucristo. Es de agradecer, el buen hacer que desempeñáis en la defensa y divulgación de las tradiciones ligadas a la Natividad de Nuestro Señor. Es decir, el comienzo de la gran campaña de dignidad, redención y salvación para el ser humano, que empieza en Nazaret y salta, como gran proclamación, en Belén de Judá, en el humilde y sencillo portal de Belén, en una conjunción de coros de ángeles, reyes y pastores, que, durante veinte siglos, ya son emblema y protagonistas del mensaje y de la proclamación de la dignidad y la grandeza del ser humano, y de la redención de la humanidad, desde la noche perdida e imprecisa de los tiempos.
 
Por lo que, no hay más remedio que acordar con don José Ortega y Gasset, el filósofo español, cuando escribía que,
 
“Si Dios se ha hecho hombre,
ser hombre es la cosa más grande que se pueda ser”.
 
Esta es la clave de la Navidad. Pero el hombre, aún, no lo sabía.
 
Es por ello que, en estas fechas que corren, todos nos manifestamos colectiva y personalmente con fórmulas expresivas, como en ninguna otra época del año. Desde el exorno de nuestras calles y tiendas; de nuestros hogares; del Belén; del árbol de Navidad; de las luces de colores. Desde lo natural y lo artificial, a la vivencia familiar; al sabor y olor de nuestras cocinas; de nuestras mesas y a la expresividad de nuestras felicitaciones. Todo es especial y únicamente emotivo y expresivo, de unos sentimientos que afloran en los corazones de todos los hombres de buena voluntad, donde quiera que estén. En definitiva, un tiempo del año, el único, en el que ser humano, se siente parte de una sola familia.
 
El fondo de todo, sin duda, con fe o sin ella, es que comienza el tiempo del año que, para el mundo de cultura cristiana, marca el fin de un año de peregrinación por la vida, y el comienzo de una nueva andadura para todo el año. Es tiempo, pues, de intimidad; de nostalgia; de análisis y de solidaridad por una parte, y de alegría y esperanza por otra.
 
No obstante, yo quisiera trasmitirles una Navidad en la cual no se recuerda, sino se revive el nacimiento de Cristo. Una Navidad, en la que María y José, seguirán buscando un establo donde refugiarse.
 
¡Ojala, esta llegada del Niño, nos ayude a renovar nuestro compromiso de cristianos, convirtiéndonos no solo en seguidores de Jesús, sino en fieles imitadores de su vida!.
 
He comenzado el pregón con el texto de San Lucas, en el que los ángeles anuncian a los pastores el nacimiento del Mesías. Y al igual que aquellos pastores, el pueblo de La Carolina, pasa las noches al raso, guardando y velando por lo que tienen: sus familias, sus trabajos, sus esperanzas. Y en medio de esa oscura noche, un ángel viene a anunciar la Buena Nueva.
 
En un pobre establo, en una pobre situación, en el más desconcertante de los escenarios, donde nadie pensaba que podría ocurrir, en mi casa, en la tuya, en la que tan mal lo están pasando, en la casa del pobre, allí, viene a nacernos la Nueva Vida.
 
Dios, desciende hasta nosotros, por esa escalera de plata que es María. Se coloca a nuestro lado, se hace carne, carne rosada y tierna de bebe recién nacido, carne humana, que sangrará hasta la extenuación, en el madero de la cruz.
 
¡No podemos seguir cerrando nuestras posadas e impedir que venga a nosotros!. Hay mucha puerta que se cierra al parto de María. Hay mucho cristiano empecinado, en no dejar entrar en su posada, al Dios de los pobres.
 
Jesús viene a nacer a la casa de los Carolinenses que pasan necesidad. El paro, está convirtiendo a muchas familias en desesperados padres que, como María y José, buscan cobijo, y lo que hallan son puertas, … y puertas cerradas.
 
Según cuenta el Evangelio, Jesús de Nazaret nació en una cueva habilitada como establo. Su cuna fue un pesebre. Nació solamente rodeado de María, José y unos animales domésticos que ayudaban a mantener el calor. Nació sin comadrona, sin anestesia epidural, sin asepsia, sin vídeos ni fotos.
 
Estoy seguro, que esos padres primerizos, con su angustia, no disfrutaron del momento y, ni siquiera, llegaron a ver a esos ángeles que describe San Lucas.
 
Sin embargo, allí nació la Esperanza. Precisamente en medio de la noche, en medio de la oscuridad, como nos dice la Palabra de Dios, irrumpió en la humanidad y ya, para siempre, la gran luz de Jesucristo, con su humilde y gloriosa Natividad.
 
La luz de Cristo es la única luz verdadera que alumbra y salva al mundo de ayer, hoy y siempre. Y en esta hora de crisis, que no solo no cesa, sino que agranda y proyecta negras sombras sobre nuestros horizontes, es más necesario que nunca, reencontrar esa luz, esa salvación.
 
Para nosotros, lo que cuenta es la alegría de compartir con los demás, sin la cual, este tiempo no dice nada a nuestro corazón. Porque no son los regalos, ni los adornos, ni los manjares, ni la nieve, los que traducen el mensaje del Niño Dios.
 
La Navidad, es el calor que vuelve al corazón de las personas; la generosidad de la caridad cristiana compartida con los otros; la esperanza de salir adelante; el íntimo sentimiento, de que es una parte del hogar de nuestra infancia, lo que llevamos en nuestro corazón. Ese hogar, casi siempre humilde, en que el Nacimiento se celebraba en familia, compartiendo lo que se poseía, con auténtica alegría y generosidad cristiana.
 
La Navidad además, es la tradición que a través de los años, nos ha legado las costumbres que llenaban los hogares, los templos y las calles de nuestros pueblos de esa “bulla divina”, mezcla de religiosidad y tradición, con las que se conmemoraban los días de un Tiempo, que acarrea una resaca de sentimientos; alegres casi siempre, a veces envueltos de tristeza. Porque la Navidad no es igual para todos, aunque su mensaje nos alegre o nos anime con la promesa de un mundo mejor.
 
La Navidad es algo tan especial, que se toca, se huele, se saborea, se siente. En lo más profundo de nuestro ser, se sabe que es Navidad.
 
No me podrán negar, que desde que nos levantamos y salimos a la calle, notamos que algo distinto está pasando. Hasta el sol mañanero es diferente, es suave y no quema, y deja que el frío tome protagonismo, refrescando nuestra cara.
 
Estoy seguro, de que si a cualquiera de los presentes nos pidieran en este momento plasmar en un folio, y brevemente, nuestras vivencias personales de Navidad, la mayor parte de ese breve texto contendría nuestros recuerdos de la infancia, con preferencia sobre cualesquiera otros, y, entre ellos, estarían la celebración de las fiestas con nuestra familia y amigos; pero sobre todo, con nuestra familia.
 
El que les habla recuerda perfectamente, cómo de niños nuestras madres nos ponían esos gorritos de lana y nos decían: “¡abrígate, que ya estamos en diciembre y hace frío!”, y nosotros le dábamos nuestras pequeñas manos, para que nos colocara esos guantes, que poco nos durarían, pero que, con tanta paciencia, ella separaba nuestros pequeños dedos, para que cada uno fuera en su lugar.
 
Recuerdo que nos parábamos a oler ese aire frío, y nos traía olor a leña de pan recién hecho, a chimenea y, sin querer, nos viene al recuerdo nuestro antiguo barrio, siempre con ese característico olor que nunca olvidaremos.
 
Panadero de siempre, llamando a las puertas dejándonos nuestro pan, porque sin él, no había comida, porque era, nuestro pan de cada día.
 
Luego nos íbamos al colegio, que en esos días, también era especial. Desde que entrábamos, sabíamos que era Navidad. Nuestro amigo, corría a saludarnos con un abrazo, porque nuestra “seño”, nos había dicho que era época de amor y ahí no cabían las peleas.
 
Todos sonreíamos esos “¡Buenos días!” vestidos de pastores, con unos pantalones viejos y un chaleco de lana, que nuestra abuela, con tanta dedicación, nos había tejido porque, ese día, cantábamos villancicos en el colegio. ¡Qué emocionante era ir al cole!. ¡Venían los Reyes Magos a visitarnos!.
 
Un rey Melchor con la barba amarillenta, un Gaspar con la corona torcida y un Baltasar con parchajos en la cara; pero que, para nosotros, eran nuestros ¡Reyes amados, los únicos, los de Oriente, los de verdad!.

Recuerdo la espera de las vacaciones escolares, que parecía que no llegaban nunca. La lotería de Navidad reavivaba nuestros sueños. “¡Una gran suerte  nos espera en Navidad!”, –nos decían-, pero quizás, la verdadera suerte, es tener salud, trabajo, personas queridas y un compromiso solidario.
 
Recuerdo el ajetreo y el trajín de las casas, preparando nuestras reuniones familiares en las que, quizás no habían grandes manjares en la mesa, que tampoco eran necesarios, ya que  la gran dignidad de esa noche, la ponía sobre los platos, la unidad familiar.  Ajetreo que no venía de la precipitación, sino de la ligereza del corazón, que se hace libre y puede escuchar y conducirnos hasta Dios.
 
La luz de una vela sobre la mesa, hacía presente a Cristo entre nosotros. La cordialidad, el intercambio de anécdotas, las risas, el villancico de todos los años, la parodia de todos los años y la botella de anís, la misma de todos los años, que parecía no acabarse nunca. Y todo entorno a ellos, los abuelos. Ellos eran los protagonistas. Presidían grandes mesas en las que todo estaba sabroso, todo era perfecto, porque gastaban todos sus “ahorrillos” para que en esa mágica noche, no faltara de nada.
 
Era, sin duda, la noche más ajetreada. No cesaba de sonar la puerta. ¡“Abrid, serán los niños pidiendo el aguinaldo. Venga, pasad, que entre todos cantamos”!. Y allí, en esa pequeña y antigua casa, todos cabíamos. Sonaban villancicos de los de siempre, esos que iban de generación en generación. Aquellos, que te sacan una lágrima al escucharlos porque, en cierta manera, nos trasladaban a esa casa, a esa noche, al calor de nuestros abuelos. ¡Qué hermoso es recordarlo!. Porque esa Navidad que de niño viví … era mágica, … era feliz.
 
Recuerdo que tras la cena, acudíamos a nuestras parroquias a la celebración de la Misa del Gallo. La misa de media noche, abría las puertas de los templos a muchas familias, que normalmente no iban a la Iglesia. Pero esa noche era algo especial, acudían junto a sus familias, aunque también había muchos que acudían solos, a buscar, la única compañía que tendrían en la Nochebuena.
 
Es triste recordar esos años de rondallas, cantos pidiendo aguinaldos, y de festejos familiares, donde no existían diferencias entre los más viejos, y los que despuntaban la mayoría de edad.
 
La fiesta de la Navidad es para la familia, para los seres queridos, para el hogar. Es el día de la guitarra, la zambomba y pandereta; día del aguardiente, el alfajor y el polvorón.
 
 ¡No permitamos que esto se pierda!
 
También quiero recordar las bromas que marcan uno de los días mas trágicos de la vida de Jesús. Los Santos Inocentes, la muerte de los inocentes. Porque en realidad, el día de los inocentes, no tiene nada de gracia, si nos paramos a pensarlo. Imaginad el corazón de María, al ver la sangre derramada por causa de su hijo.
 
Por ello, tengamos presente en ese día, el de los santos inocentes, el próximo 28 de Diciembre, toda esa sangre inocente que sigue siendo derramada, esas criaturas a las que no se las permite ver la luz, esos niños que ven la muerte de la mano de sus propios padres, esos inocentes que se convierten en muertos en vida, por culpa de la mano de corruptores.

¡Es cierto!, la Navidad nos pone la sensibilidad a flor de piel. En estos días, nos afloran los mejores recuerdos de nuestra vida, provocándonos sentimientos encontrados de felicidad y melancolía.
 
Como cuando nuestros pies se paran frente a un árbol de navidad y no podemos evitar ver en él, el antiguo árbol de nuestra casa, cuando estábamos todos y no estaba permitido que nadie faltara. Cada uno de mis hermanos ponía una figura en sus ilusionadas e impacientes manos, y mamá y papá, se encargaban de colocar en ese árbol tan especial, lleno de luces de colores y guirnaldas relucientes, que hacían que nuestros pequeños corazones saltaran de emoción.
 
No obstante, los recuerdos, como las velas, pueden llegar a brillar más que la Navidad. ¡No lo permitamos!. Este año, seamos optimistas y hagamos revivir esos buenos momentos a las nuevas generaciones.
 
Muchos ya son los que nos faltan, muchos nos han ido dejando sillas vacías en torno a la mesa. De hecho, y aunque sé que no debiera, dejad que os confiese, que con el paso del tiempo, yo mismo también perdí la ilusión. Mi casa estuvo vacía, el luto, nos dejó prácticamente sin Navidad, sin luz, sin brillo, sin emoción. Una etapa donde me quedé en el pasado, en aquel antiguo árbol. Porque en mi vida hubo un enorme y doloroso hueco,  que minó mi humano y débil corazón.
 
Pero la estrella de Oriente me iluminó al igual que hiciera con los tres Reyes Magos, y mi hogar, volvió a brillar como brilló en aquel tiempo ese humilde portal. Y fue con la llegada de mi hijo, con la sonrisa más pura y maravillosa que he conocido. Ahora son sus pequeñas y emocionadas manos las que me ayudan a poner ese árbol tan especial y es él, el que me levanta sus bracitos para que lo cargue y, juntos, pongamos esa estrella en los más alto.
 
Estos son los más hermosos recuerdos. Recuerdos, que me gustaría que quedasen grabados en vuestra memoria y nunca mueran, porque alguien dijo:
 
“Nunca nadie llega a morir del todo,
mientras por alguien sea recordado.”
 
Seamos, pues, portadores de esa llama de la Navidad que, en ocasiones, peligra apagarse. Convirtamos nuestros hogares en establos donde, todo el que llegue, encuentre cobijo: familiares, amigos, y amigos de los amigos. Permitamos que, al menos, unos días al año, nuestras casas desprendan esa luz de fraternidad, de la que tanto escasea el mundo.
 
Pero la Navidad es alegre por definición y, desde hace siglos, va acompañada del Nacimiento. Fue Francisco de Asís, en 1223 quien “montó” el primer Belén en la aldea de Greccio con personajes vivos, y la tradición de los Nacimientos se extendió por toda Italia. En España es introducido por la orden franciscana en el siglo XV. Aunque fue Carlos III quien impulsó la extensión del arte del belenismo en nuestro país, llegando a contar en sus “belenes palaciegos”, con más de 6.000 figuras de los mejores imagineros de la época.
 
Así, cuando contemplamos un belén, podemos fortalecer nuestra fe en Jesús que es, como Él dijo de sí mismo, “el Pan de Vida”. Cada belén nos ha de ayudar a valorar el gran don de la Eucaristía, y de cada Misa.
 
Este año, mientras colocábamos las figuritas del Belén, que es el mejor catecismo que podemos dar a nuestros hijos, traté de identificar cada una de ellas con uno de los Valores que tanto necesita nuestra sociedad. Valores que se han ido perdiendo, valores que debemos recuperar.
 
Me encanta San José. Nunca sonríe, quizás porque está asustado, como padre primerizo y agobiado por las circunstancias del embarazo y del parto. Siempre está en segundo plano. Para mí, podría representar la responsabilidad, la humildad y también la tolerancia.
 
El labrador simbolizaría la entrega y la superación.
 
El Rey Herodes representaría la envidia, la crueldad, la mentira.
 
El soldado, por contra: la disciplina, el autodominio y la obediencia.
 
Los pastores podrían representar: la sencillez y la libertad.
 
Los posaderos: la falta de caridad y amor al prójimo.
 
Los Reyes Magos simbolizan: bondad y sinceridad.
 
Los pajes: fidelidad y lealtad.
 
El arriero simbolizaría: sacrificio.
 
La mujer del cántaro: la prudencia.
 
El zapatero: la convivencia y la cordialidad.
 
El cantero: la sobriedad y la constancia.
 
El alfarero: la honestidad.
 
El herrero: la objetividad.
 
Las lavanderas: la amistad.
 
El río del Belén simboliza: la alegría.
 
La fuente del agua: la gratitud.
 
Las aguadoras del pozo: la espontaneidad.
 
El puente: la solidaridad.
 
El pescador representaría: la paciencia y la serenidad.
 
                   El leñador: la fuerza de voluntad.
 
El taller de Nazaret : esfuerzo, respeto y comprensión.
 
El Ángel simbolizaría: la PAZ.
 
La Virgen María: el AMOR.
 
 
Y el pesebre. ¿Qué simboliza el pesebre?. Aquí deberíamos pararnos un poco más. Yo, al mirarlo, diría que simboliza la vida, el inicio, el principio; pero también, fijaros, podía llevar una cadena que nos condujera hasta el fin. Porque de madera era el pesebre, al igual que la cruz, que a Jesús dio muerte.
 
Y yo, al mirarlo, al observarlo, pienso que no fue casualidad, que todo estaba escrito y que Él quiso que así fuera.
 

“Y cómo me gustaría ser humilde astilla de madera
como de la que estaba hecha el pesebre,
 que al más bello Niño cobijo le diera.

Y luego, al hacerte hombre en una cruz de madera
también estaría junto a Tí,
en tu agonizante y dura espera.

Porque estaba escrito, y así debió ser
que una cruz de madera te diera muerte pasajera
y un pesebre, de Niño te acunara al nacer.

Las dos de la misma madera, madera divina y bendita
que María en un tiempo miró con ternura
y luego con lágrimas se volviera maldita.

Tú, madera, ¿quién te lo iba a decir?,
todas las rodillas ante tí se inclinan,
hace tiempo como un pesebre
y ante una cruz se postrarán por siempre.

Porque acunaste un Tesoro, Hijo de Dios latente
y con su divina sangre fuiste bautizada
tú, cruz, que le diste muerte.

Y todas las generaciones, pesebre, te cantan
y todas las generaciones, cruz, te rezan
porque al lado estuviste de Cristo,
 desde el inicio hasta el fin, su cobijo y su compañera”
 

La luz de oriente, despide la Navidad dejando sobre nosotros sus sorpresas. Melchor, Gaspar y Baltasar, vienen a manifestar al mundo que Dios se ha hecho hombre, es la Epifanía del Señor.

Es el día de la ilusión, el día de los niños y de los no tan niños. Para el que os habla, es de los días más hermosos. Los Reyes Magos regalan la voluntad de darnos a los demás. Queridos niños, ¡los Reyes Magos existen, es imposible que, tal como están las cosas, los padres sean capaces de regalar tanta alegría!.

Y con el sueño de esa noche mágica, les hago llegar mi felicitación, y así es como quiero acabar el “Pregón de la Navidad de este año.

Que, aunque siempre se quedan cosas e ideas en el tintero, mejor es hacerlo ligero y digerible, que no pesado e indigesto. Por mi parte, he puesto la mejor voluntad al escribirlo y leerlo, pero si en algo, os parece que me he equivocado, pido vuestra indulgencia, así como el perdón, por haber abusado de la paciencia de todos los presentes.

 
Mi agradecimiento, de nuevo a la Cofradía, por haber confiado en mis parcos conocimientos en cuestión de pregones, y a todos vosotros por haberme escuchado. Y, como no, también a mi mujer quisiera agradecer, ya que sin su comprensión ante mis ausencias y su paciencia ante mis presencias, nunca podría llevar a cabo todas las tareas en las que estoy inmerso.

Pidamos a Dios que nos dé el impulso, como lo hizo con los pastores y “Vayamos a Belén”. Pongámonos en marcha hacia la verdad de Dios que espera en nuestro interior, que quiere nacer en nosotros. Convirtámonos en pastores, a fin de escuchar la voz del ángel que anuncia hoy la alegría de Dios. Aceptemos la invitación a buscar el camino, a ir a reconocer al niño que nacerá sobre nuestro altar, para traer al mundo, la gloria de Dios como paz de los hombres. Pidamos a Dios, pues, que nos haga capaces de ponernos en marcha, para que también a nosotros, se nos dé la gran alegría que está reservada a todo el pueblo, de que nos ha nacido el Salvador, Cristo, el Señor.

Os deseo que el espíritu de Belén, permanezca en todos nosotros durante todo el año, una vez que hayamos guardado cuidadosamente, las figuras del Belén.  Disfrutad de cada minuto de esta Navidad. Disfrutad de los sentimientos, incluso de las lágrimas que puedan surgir sin control, desde lo más profundo del alma.

 
Queridos Reyes Magos,
Mi carta hoy os hago presente,
Pidiendo sonrisas de niños,
Y trabajo “pa” mi gente.

Traed un cargamento de fe,
Que tanto se necesita,
Traed veinte sacos de amor,
Y otros tantos de alegría.

Va una estrella cruzando los cielos.
atravesando nuestra sierra,
Va guiando los senderos,
Que vienen a parar a La Peñuela.
 
Con olor a la canela,
Dejando una estela al limón,
Venid cargados de juguetes,
Y poquito, poquito carbón

Que los niños de mi pueblo,
Han sido buenos este año,
que han dejado turrón y galletas,
justo al ladito del árbol.

Agua para los camellos,
Y paja por si hambriento están,
Antes de dormir pondremos,
A los Reyes en el portal.

Van los Reyes cruzando los mares,
Esperando que se duerma el sol,
Para ir por la calles carolinenses,
Repartiendo sonrisas e ilusión.

Un reguero de caramelos,
Desde los pies de la cama,
Marca el camino más dulce,
De risas e ilusión desatada.

Noche de desvelos nocturnos,
De hormigueo en la barriga,
No olvidemos colocar,
En la ventana las zapatillas.

Que un cielo nuevo nos viene,
Regalándonos esperanzas,
Que una estrella nos regala,
Ilusión y fe en el mañana.

Con la mirada de un niño,
Así queremos mirar,
Con la inocencia confiada,
En que todo esto cambiará.

Venid Reyes Magos de Oriente,
venid a este humilde portal,
venid que los niños ya duermen,
esperando el despertar.

La noche ya cubre las calles,
Mientras la estrella pasea,
Deambulando por todas las casas,
Dejando el regalo que esperan.

Amanece el seis de Enero,
Amanece las sonrisas,
Se desenvuelven los besos,
Enredo de lazos y cintas.

Ojala que cada mañana,
De las que trae el año nuevo,
Sean mañanas de fiesta,
Como son las del seis de Enero.

Que sean mañanas de abrazos,
De miradas puestas en ilusiones,
Que el año entero sea Reyes,
En las casas de los pobres.

Contemplad esa estrella que luce,
Sobre el portal de mi Dios,
Esa estrella que es camino,
y vereda de paz y perdón.

Deseo que esa misma estrella,
Reluzca en cada uno de ustedes,
Para que en todos nazca el Niño,
Y para que todos seamos pesebre.

 
 

He dicho. Muchas Gracias